domingo, 12 de noviembre de 2006

En Chile, la mediocridad es un deber


Caminaba junto a una compañera de uniforme amarillo con franjas azules, sonreía deshinibida, honesta, me miró y siguió caminando. Me detengo en el kiosko viéndola entrar a un minimarket. Salen conversando, su amiga sostiene un sandwich plastificado y ella, sonriente, come un helado de cien pesos. Me sigo haciendo el weon afuera del kiosko, pasan a mi lado, las sigo de lejos. Entran a un edificio, su amiga le da un beso y gira a la derecha, Ella se come el útimo pedazo del helado y el palo lo guarda en el bolsillo. No hay seres vivos a la vista, es oscuro, casi frio y con paredes de espejo que hasta reflejan la saniedad del piso. Sale empujando un carrito de limpieza, saca un trapero, pasándolo por el piso, limpiando mis pisadas, con la cabeza baja, concentrada, pero como pensando en algo más, sin tristeza ni lamentos. En el pasillo ancho y largo, la miro, no se da cuenta o no le interesa o me quiere matizar con el entorno. Pienso en ru ropa interior, blanca, de algodón, gastada, tibia, apegada a su piel y, quizás, con algún orificio. Le pregunto si hace aseo en casas, ella me dice que no, insisto y le digo que le pagó 20 mil pesos porque lo necesito urgente para una fiesta mañana, sonríe y me da un número de casa. En mi depto, la imagino limpiando, vistiendo un buzo gastado y holgado, preguntándome donde guardar cada cosa. Después de un rato, le pregunto si se acostaría conmigo por cincuenta mil pesos, Ella se sorprende, la ofendí como sólo sus padres lo han hecho, y se quiere ir. Después de un rato, la convenzo, le ofrezco cien mil, lo hace. Permanece acostada en la cama, desnuda, en el piso está su ropa interior blanca y de algodón (el sostén tiene un orificio al lado del gancho). Mira el techo, cumpliendo un trabajo, esperando que se acabe pronto, su piel es muy blanca, senos pequeños (80 cm), pero naturales, responden al tocarlos hacia arriba, con pecas entre ellos y en sus hombros, depila tímidamente su vagina. Es la primera vez que lo hace por dinero, pero no la última, no me exige condón, no son muchas veces que lo ha hecho sin dinero de por medio tampoco. Casi no me toca, apoya la punta de los dedos de sus manos en mi espalda. Lo hago despacio, bajo mi cabeza, ella rauda quiere mover la suya lo más lejos posible, pero la aleja despacio y sólo un poco. Su olor, bien en el fondo, es colonia de guaguas, desgastándose con las horas, no suda. Me aburro, su compromiso con el trabajo (mirar al techo todo el rato casi sin cambiar el ritmo de su respiración), lo empiezo a detestar cada vez más. La quiero dar vueltas y penetrarla como perrito, muy fuerte y rápido, me diría que no. Ohhh, que lata!... ¿se ofenderían las mujeres si los hombres ya no eyaculan cuando tienen sexo, si después de 2 ó 5 años de matrimonio (pasado los treinta años) les dejan semén en un frasquito para fines reproductivos previo acuerdo protocolar?... le estoy perdiendo el sentido a esto, ir y venir, sin un propósito, masturbándome lo pasaría mejor. Tanta fricción dio resultado, pienso que si la embarazo, viviriamos juntos, su padre, borrachín cesante, al principio estaría enojado, pero después trataría de adularme al ver mi depto, y su madre, lavandera, me trataría como a uno de sus patrones. Su hija limpiaría, cocinaría y podría hacer absolutamente todo lo que quisiese con ella en la cama, pegarle, realmente humillarla, y decirle que mienta en lo que trabajaba cuando me visite alguién.